Los modelos que utilizaba Harry Whittier, eran rentados en tiendas de mascotas o entre sus amigos, vecinos o conocidos.
La herramienta principal para realizar este trabajo no era precisamente la cámara fotográfica sino la paciencia para acomodar casi religiosamente a cada animal para las sesiones fotográficas, además, la exposición de 1/5 segundos con la intención de captar más luz, era muy lenta, comparada con la velocidad a la que se movían los animales, dificultando aún más el trabajo. De cada 100 fotografías, sólo 30 funcionaban para el gusto del artista. De esas 30, escogía únicamente las que consideraba perfectas, y de entre las elegidas, se quedaba con menos de la mitad.
Harry Whittier tenía la costumbre de pasar tres meses trabajando para conseguir unas cuantas buenas fotografías y el resto del año se olvidaba del oficio, aunque el agotamiento al que se sometía, dada su exigencia perfeccionista, era enorme.
Su trabajo fue reconocido en vida y publicó calendarios, postales, tarjetas, revistas e incluso historias infantiles escritas por él, a pesar de ello, no se hizo rico ni acumuló para el futuro, tampoco se casó, dedicando su vida a la fotografía y al cuidado de sus padres.
Cuando sus padres murieron, se marchó a Florida, donde pasó los últimos años de su vida en soledad. A los 74 años, desesperado por el cáncer terminal que lo acosaba, decidió quitarse la vida provocando una fuga de gas en su vivienda, dejando un trabajo que actualmente es resguardado por el Archivo Histórico de los Estados Unidos y que a la gente, curiosamente, le sigue pareciendo muy tierno e inocente.
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