Pero Martín no estaba muerto. Después de dos años de haber ingresado a la residencia, despertó repentinamente y empezó a percibir su entorno. Dentro de él todo volvió a la normalidad, pero nadie se dio cuenta porque todavía no podía moverse.
El momento decisivo llegó cuando su madre le dijo: “¡Espero que mueras!” Este hecho fue tan fuerte para él que comprendió que tenía que deshacerse de todos sus pensamientos negativos y pensar de manera positiva. Debía tener nuevamente el control sobre su cuerpo y su vida. También por su madre, a quién podía entender muy bien, ya que no tenía forma de saber que él estaba totalmente consciente. Ella solo miraba a su hijo vegetal, medio muerto tirado en una cama y pensaba que lo mejor era que muriera para que dejara de sufrir.
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