El es Pedro Fequiere, tiene 24 años y trabaja como periodista en Estados Unidos y generalmente suele cuidar mucho su vestimenta porque sabe que la gente suele juzgarlo demasiado si luce demasiado descuidado sólo por ser afroamericano.
“Muchos hombres negros nos disfrazamos para evitar ser vistos de manera negativa”, explica. Y es que desafortunadamente, a lo largo de su vida ha sufrido varias microagresiones: mujeres agarrando su bolso mirándolo con desconfianza, empleados de seguridad siguiéndolo en las tiendas, policías parándolo...
Solamente son unas cuantas de las experiencias que le ha tocado vivir, y para él, la razón es siempre la misma: el color de su piel y la ropa que lleva. Para demostrarlo, llevó a cabo un experimento: una semana se vistió de manera más seria y fue anotando las reacciones de la gente que tenía alrededor. La siguiente semana hizo lo mismo, pero vestido de forma más relajada.
Para este ‘juego’, creó una serie de normas: Realizar las mismas actividades, pero vestido de diferente forma; al ir de traje, siempre llevar la camisa por dentro, lucir corbata o pajarita y una chaqueta; la ropa de calle es cómoda, casi como pijama.
Nunca enseñará los tatuajes que tiene. Por último, no cambiar su conducta o interpretar un papel, siempre será el mismo pero con diferente ropa.
PRIMER DÍA, PRIMER LOOK
“La mujer que trabaja en el 7-Eleven me ha saludado con una sonrisa y me ha preguntado si voy vestido así para una entrevista o para una reunión (…) Cuando me he montado en el autobús, no tenía suficiente para pagar el billete pero el conductor me ha dicho que pasara (…) He ido a comer a un sitio pijo y el camarero me ha sentado cerca de la ventana, en un sitio preferente. (…) He ido al banco y el guarda de seguridad me ha abierto la puerta e incluso me ha recomendado apuntarme a una lista para ser atendido antes. Un cajero me ha recomendado un sitio para aparcar y sacar dinero”.
SIETE DÍAS DESPUÉS, SEGUNDO LOOK
“La misma mujer del 7-Eleven no me ha dicho nada, solo si quería el recibo. (…) En el autobús seguía sin tener suficiente dinero pero el conductor no ha arrancado hasta que he encontrado 5 centavos para pagar lo que debía. (…) El mismo camarero del sitio pijo me ha sentado en otro lugar, cerca de la caja registradora. Y le he pillado mirándome de reojo mientras atendía otras mesas. (…) En el banco el de seguridad solo me ha saludado con la cabeza y no me ha dicho nada de la lista. El cajero no me ha dicho nada especial: tras unos minutos de espera, ha venido hacia mí”.
SEGUNDO DÍA, PRIMER LOOK
“Fui al gimnasio y me saludaron por mi nombre. En el supermercado el cajero me dijo ‘¿qué tal jefe?’ y en una librería me recibieron con un saludo”.
SIETE DÍAS DESPUÉS, SEGUNDO LOOK
“No noté diferencia en el gimnasio. En el super no me dijeron nada. Y en la calle un hombre bajó la ventanilla, me miró y subió el volumen de una canción de rap. En la librería me recibieron con un ‘hola’ normal”.
TERCER DÍA, PRIMER LOOK
“Un vecino que nunca me saluda me miró, me sonrió y me dio los buenos días. En el restaurante me sentaron en el sitio de siempre, fueron amables y solucionaron un lío que se hicieron con la comanda. Al irme, un grupo de hombres me dejaron sitio para salir. En una tienda de discos hablé con un dependiente de grupos punk”.
SIETE DÍAS DESPUÉS, SEGUNDO LOOK
“En el restaurante me sentaron donde siempre y me atendieron rápido. En la calle un aparcacoches que iba corriendo casi se me lleva por delante. En la tienda de me interesé por un cómic y estuve hablando con el dependiente”.
CUARTO DÍA, PRIMER LOOK
“Iba a perder el bus pero la conductora paró en la esquina y me sonrió al subir. (…) En una tienda pija el dueño fue muy majo y me habló de las ofertas que había disponibles. En otra tienda del estilo no estuve tan cómodo: los trabajadores me miraban como si fuera a robar algo. Pero luego una me dijo que le gustaba mi look, así que me sentí cómodo otra vez. Fui a Louis Vuitton a mirar zapatos y una empleada me dijo que ‘tenemos muchos colores y un montón de estilos’”.
SIETE DÍAS DESPUÉS, SEGUNDO LOOK
“Fui a las mismas tiendas, pero la experiencia fue muy diferente. Una empleada me preguntó si quería algo y la pillé mirándome fijamente. En otra pregunté por una camisa y la empleada pareció molesta, pero me la sacó. (…) Lo peor fue en Louis Vuitton: no paraban de mirarme y nunca me trataron como a un cliente. Un empleado de seguridad se me acercó y me preguntó si necesitaba algo. Me quería ir, pero me quedé viendo los zapatos”.
Новости партнёров
Comentarios 0